Reginaldo Canseco Pérez
na vez, en tiempos remotos, cuando el día ya se había
convertido en noche y así acechaba al pueblo de Acayucan —me contó
don Gildardo Urbano Reyes, Don Gil, quien había nacido en 1910 y que a la fecha
tenía 90 años de edad—, en una de las cantinas del lugar algunos parranderos
aún se hallaban ingiriendo copas de aguardiente, en medio de la luz temblorosa
que irradiaban las velas.
Repentinamente dos de aquellos hombres se hicieron de
palabras. El motivo, hoy no se sabe, pero todo fue al calor de los tragos. Uno
era brujo. Engreído, le gritaba al otro:
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Ilustración de Sixto Aparicio Candelario |
—¡No sabes con quién te has
metido! ¡Yo soy brujo! ¡Soy poderoso! ¡Además, soy nagual! ¡Yo puedo
transformarme en tigre y matarte de un solo zarpazo!
El brujo no conocía a su adversario, que
era forastero; quien, después de oírlo, le contestó:
—¡Ah, con que esas tenemos! Está bien,
entonces te reto a pelear; allí demostrarás con hechos y no con puras palabras
si realmente, como dices, puedes vencerme.
Acordaron que el desafío lo resolverían
en la próxima ocasión en que se encontraran; el campo de batalla sería un lugar
en despoblado, al caer el sol o llegar la noche.
Abandonaron la cantina, cada uno por su lado, y
enseguida se perdieron en la boca de la noche. Pero había algo que el brujo,
muy pagado de sí mismo, ignoraba: aquel hombre, con el que había concertado el
combate, no era un hombre común y corriente, como cualquier otro mortal; no,
sino… ¡un culebrero!
Ahora bien, el culebrero indagó astutamente por dónde
caminaba con regularidad el brujo, y lo esperó a orillas de una veredita
solitaria; pero, ¡transfigurado en una peligrosa serpiente! (quizá una sorda, o
una cascabel…) arrollada sobre sí misma y con la cabeza levantada y alerta.
Un momento después, ¡ahí venía el
engreído brujo!, y cuando pasaba junto a la sigilosa víbora ésta le dio dos o
tres "piquetes" relampagueantes justo arriba de un tobillo.
Inmediatamente el brujo se sintió en peligro de muerte, pero para su estupor y
ante sus desorbitados ojos aquel terrible reptil se transmutó ni más ni menos
que en el susodicho culebrero al que, días atrás, confrontara verbalmente.
Sin pérdida de tiempo, el culebrero curó
al brujo, salvándolo de una muerte segura a causa de los "piquetes".
—¿Qué te pareció? —le dijo después el
primero al segundo, en tono triunfal.
—Nada, ¡ni modo, me ganaste; yo
perdí! ¡Ni tiempo tuve de convertirme en tigre!
—Esto —agregó el culebrero— te servirá de
experiencia para que de hoy en adelante extremes los cuidados al provocar a
extraños, y no te arriesgues a recibir otra sorpresa como la de ahora.
CUENTO GUAJIRO
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