Reginaldo
Canseco Pérez
É |
sta es la historia
que me contó don Fernando Sulvarán Constantino, en el 2001, cuando tenía 87
años de edad:
En la época de la Colonia, en
Acayucan habitaban muchas familias españolas.
Una de aquellas familias españolas
tenía una hija. Una señorita que era muy católica, muy devota y piadosa.
Pero aconteció que un día,
jovencita aún, falleció. Hoy no sabemos el motivo de su deceso.
Los años transcurrieron, como
comúnmente suelen transcurrir, ‘sucesivamente y uno tras otro’.
Al cabo de diez años, murió
también un tío de la difunta. Los familiares determinaron inhumar al recién
extinto en la tumba de ella. Pero al abrir la sepultura para limpiarla y
prepararla… ¡oh, sorpresa! Aquello que contemplaron ojos humanos era un suceso
divino: ¡el cadáver de la señorita española se mantenía incorrupto!, como si la
muchacha acabara de expirar y el rostro lo tenía radiante, fresco y bello;
hasta se podía creer que estaba viva.
¡Parecía una Virgen!
Entonces sus familiares, impresionados,
corrieron a dar razón al cura de aquel milagro, y el cura los acompañó al
camposanto para comprobar con sus propios ojos, y no con los ajenos, lo que
ellos le habían acabado de informar, y después de haber comprobado que aquello
era verdad les explicó: ‘Lo que estamos viendo es una obra de Dios, debido
a que ella durante su vida terrenal fue muy virtuosa, no cometió pecado y todos
los días asistía a misa y comulgaba’.
Acto seguido, el párroco ordenó que el cuerpo
incorruptible de la señorita española fuera llevado y enterrado en el sagrario,
porque era el lugar donde le correspondía descansar. Y así fue hecho. Ahí,
una vez cumplido lo anterior, también les reveló el sacerdote: ‘Cuando muera el
último de sus familiares, Dios la va a llevar consigo al cielo en cuerpo
presente’.
Hoy, han transcurrido algunos
siglos desde ese suceso relatado por don Fernando.
¿Se habrá cumplido ya aquel
vaticinio divino?
Tenemos fe en que así sea, pues no quedan familiares de la señorita española.
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