Bienvenido

Bienvenido amigo lector, o amiga lectora: te hallas ante una puerta mágica que comunica entre el mundo ordinario y el mundo extraordinario, que de alguna manera coexisten desde el principio hasta nuestros días, en la región de Acayucan, La Llave del Sureste, pueblo ubicado en el sur del estado de Veracruz, México.

Al trasponer esta puerta serás testigo de acontecimientos realmente prodigiosos que aquí son parte de la cotidianidad. Así te enterarás sobre la fe que profesan los acayuqueños en la existencia de un río subterráneo que atraviesa la ciudad; sobre el brujo nagual que, creyéndose todopoderoso, retó a pelear a un hombre desconocido, común y corriente, resultando un desenlace fenomenal; o te encontrarás inmiscuido en una extraña aventura donde participan esencialmente los grandes salvajes. Y con el transcurso del tiempo, poco a poco, conforme avances en la exploración de la vasta y maravillosa geografía de Acayucan, descubrirás, oirás, verás y vivirás mucho más de sus historias, cuentos, mitos, leyendas y otras anécdotas en verdad asombrosas.

Reginaldo Canseco Pérez

viernes, 29 de julio de 2011

El Brujo y el Culebrero


Reginaldo Canseco Pérez



U
na vez, en tiempos remotos, cuando el día ya se había convertido en noche y así  acechaba al pueblo de Acayucan —me contó don Gildardo Urbano Reyes, Don Gil, quien había nacido en 1910 y que a la fecha tenía 90 años de edad—, en una de las cantinas del lugar algunos parranderos aún se hallaban ingiriendo copas de aguardiente, en medio de la luz temblorosa que irradiaban las velas.

Repentinamente dos de aquellos hombres se hicieron de palabras. El motivo, hoy no se sabe, pero todo fue al calor de los tragos. Uno era brujo. Engreído, le gritaba al otro: 
Ilustración de Sixto Aparicio Candelario
—¡No sabes con quién te has metido! ¡Yo soy brujo! ¡Soy poderoso! ¡Además, soy nagual! ¡Yo puedo transformarme en tigre y matarte de un solo zarpazo!
El brujo no conocía a su adversario, que era forastero; quien, después de oírlo, le contestó:
—¡Ah, con que esas tenemos! Está bien, entonces te reto a pelear; allí demostrarás con hechos y no con puras palabras si realmente, como dices,  puedes vencerme.
Acordaron que el desafío lo resolverían en la próxima ocasión en que se encontraran; el campo de batalla sería un lugar en despoblado, al caer el sol o llegar la noche.

Abandonaron la cantina, cada uno por su lado, y enseguida se perdieron en la boca de la noche. Pero había algo que el brujo, muy pagado de sí mismo, ignoraba: aquel hombre, con el que había concertado el combate, no era un hombre común y corriente, como cualquier otro mortal; no, sino… ¡un culebrero!

Ahora bien, el culebrero indagó astutamente por dónde caminaba con regularidad el brujo, y lo esperó a orillas de una veredita solitaria; pero, ¡transfigurado en una peligrosa serpiente! (quizá una sorda, o una cascabel…) arrollada sobre sí misma y con la cabeza levantada y alerta.
Un momento después, ¡ahí venía el engreído brujo!, y cuando pasaba junto a la sigilosa víbora ésta le dio dos o tres "piquetes" relampagueantes justo arriba de un tobillo. Inmediatamente el brujo se sintió en peligro de muerte, pero para su estupor y ante sus desorbitados ojos aquel terrible reptil se transmutó ni más ni menos que en el susodicho culebrero al que, días atrás, confrontara verbalmente.
Sin pérdida de tiempo, el culebrero curó al brujo, salvándolo de una muerte segura a causa de los "piquetes".
—¿Qué te pareció? —le dijo después el primero al segundo, en tono triunfal.
—Nada, ¡ni modo, me ganaste; yo perdí! ¡Ni tiempo tuve de convertirme en tigre!
—Esto —agregó el culebrero— te servirá de experiencia para que de hoy en adelante extremes los cuidados al provocar a extraños, y no te arriesgues a recibir otra sorpresa como la de ahora.

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