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Bienvenido amigo lector, o amiga lectora: te hallas ante una puerta mágica que comunica entre el mundo ordinario y el mundo extraordinario, que de alguna manera coexisten desde el principio hasta nuestros días, en la región de Acayucan, La Llave del Sureste, pueblo ubicado en el sur del estado de Veracruz, México.

Al trasponer esta puerta serás testigo de acontecimientos realmente prodigiosos que aquí son parte de la cotidianidad. Así te enterarás sobre la fe que profesan los acayuqueños en la existencia de un río subterráneo que atraviesa la ciudad; sobre el brujo nagual que, creyéndose todopoderoso, retó a pelear a un hombre desconocido, común y corriente, resultando un desenlace fenomenal; o te encontrarás inmiscuido en una extraña aventura donde participan esencialmente los grandes salvajes. Y con el transcurso del tiempo, poco a poco, conforme avances en la exploración de la vasta y maravillosa geografía de Acayucan, descubrirás, oirás, verás y vivirás mucho más de sus historias, cuentos, mitos, leyendas y otras anécdotas en verdad asombrosas.

Reginaldo Canseco Pérez

viernes, 28 de octubre de 2011

Día de Muertos en Corral Nuevo



¡MÁS TE VALE!
Reginaldo Canseco Pérez


C
armela, en contra de lo que era su costumbre, aquella medianoche aún se mantenía despierta, sin sueño; eran exactamente las doce p. m., el momento en que estaba dando fin el día 1 de noviembre, el día dedicado a los difuntos chicos, y empezaría el día 2. Miraba ensimismada a través de la ventana hacia la calle oscura; era una noche sin luna, apenas había algunas estrellas que titilaban discretas en el cielo de Corral Nuevo.
Repentinamente vio acercarse una procesión de hombres y mujeres que se alumbraban con velas encendidas. Algo extrañada, la joven observó a sus integrantes: pensó que con toda seguridad se trataba de una romería religiosa en hora inusual, sin mayor importancia.
La fila de hombres y mujeres fue cruzando frente a la espectadora; entonces uno de la procesión, el último, se desprendió de ésta y, apagando la vela que cargaba, fue hasta donde se hallaba la muchacha y se la entregó en la mano, diciéndole:
- ¡Señorita, señorita, por favor guárdeme usted esta vela; mañana en que regresaremos pasaré por ella!
Al día siguiente, por la mañana, en el desayuno, la moza le contó a su madre todo lo acontecido la noche anterior y sobre la vela que el hombre de la peregrinación le había dado a guardar.
La madre, mujer ya grande y con experiencia, imperativa le inquirió:
- ¡A ver!, dónde está esa vela…
Carmela corrió a su cuarto y volvió trayendo un envoltorio con la vela dentro; la desenvolvieron y, en ese momento, descubrieron que no era una vela… ¡era un hueso, una canilla, de humano!
Entonces la mamá afligida concluyó:
- ¡Ay!, hija mía; la procesión que miraste, por andar curioseando a medianoche en Día de Muertos, era una procesión de difuntos.
Vino a la mente de la bella muchacha lo que contaban los abuelos del pueblo y lo que su misma madre le repetía: oía desde niña que en la fiesta de Muertos, es decir el día 1 y 2 de noviembre, se debe guardar respeto y temor hacia los difuntos, ya que en estos días los que no lo hacen así pueden ser espantados. Lo anterior en virtud de que las ánimas en estas fechas gozan de permiso para visitar a sus familiares vivos y lo realizan en procesión; por lo cual es recomendable no ir a trabajar al campo ni salir por la noche.
En los domicilios hay que poner una ofrenda con una vela para cada finado familiar y otras dos velas encendidas en el quicio de la puerta principal (una a cada extremo) para que el ánima pueda guiarse con la luz y encontrar el camino de su antiguo hogar.
El día 1 está dedicado a los difuntos niños, chicos o difuntitos, y el 2 a los muertos mayores, grandes o adultos.
¡Cuántas y maravillosas historias y consejas se entretejían en Corral Nuevo con motivo del día de difuntos! Pero… ¿era cierto todo aquello que se contaba?
“Era un día de difuntos, 2 de noviembre, cuando llegan las ánimas de los muertos adultos. En el pueblo de Corral Nuevo honraban a sus fallecidos. Pero había un hombre que no quiso dedicarle el tiempo debido a ellos y decidió ir a leñar como cualquier otro día. En el monte lo agarró el atardecer. Estaba arriba de un árbol cortando con el machete una rama, sentado sobre una horqueta.
En aquel momento miró de repente una procesión de hombres y mujeres que, viniendo del poblado, pasaba cerca de donde él se encontraba; intrigado, detuvo su tarea y la observó con atención.
Atónito descubrió que todos los integrantes de la romería eran personas de Corral Nuevo ya fallecidas hacía tiempo. Él las reconoció. Éstas cargaban en las manos tamales, vasos con alguna bebida, frutas y flores que habían encontrado en las ofrendas que los vecinos de Corral Nuevo habían colocado en sus domicilios. El hombre, lleno de pavor, en cuanto el grupo de muertos se alejó, soltó el machete y quiso bajar aprisa para regresar al pueblo; pero en su desesperación se cayó atorándose de los pies en la misma horqueta en donde había estado sentado y quedó colgado de cabeza.
Más tarde, alguien, que acertó a pasar por el lugar, lo ayudó a salir del trance”.
Carmela, la simpática morena, nunca había creído en la veracidad de tales historias y muy en su interior las catalogaba como puras patrañas. ¡A ella nunca la espantaría un muerto, ni siquiera en estas fechas! Así llegó a pensar alguna vez al oír todas las supersticiones en boca de los ancianos del pueblo y de su propia madre. “Hay que cuidarse de los vivos que hacen más ruido que los muertos”, se dijo entonces y soltó una risa entre burlona y divertida. Pero ahora… precisamente a ella le estaba ocurriendo aquello… que no parecía tener una explicación sensata. ¿Por qué a mí y no a otro?, se interrogó en voz alta.
- Por incrédula, hija; por andarte burlando de lo que no debes burlarte.
- ¡Qué voy a hacer ahora! ¡Qué va a pasar!
En verdad que se hallaba en un gran problema que no parecía tener solución. ¡Todo por poner en tela de juicio las viejas tradiciones! Carmela se sentía como el leñador del que cuentan los ancianos en el pueblo: atorada de los pies y colgando de cabeza; pero… a ella ¿quién la ayudará a escapar de este brete? ¡El hombre le dijo que volvería por su “vela”!
- ¡Hija, mía! -habló por fin su progenitora, luego de largo rato de estar meditabunda-. Lo único que podemos hacer es ir a ver al sacerdote Francisco Isant, párroco de la iglesia San Martín Obispo de Acayucan, platicarle lo ocurrido y pedirle un consejo divino.
Inmediatamente ensillaron dos caballos y se trasladaron a consultar al padre. Retornaron por la tarde. Habían encontrado al cura encaramado en los andamios ayudando a los albañiles a pegar ladrillos en la construcción de la torre norte del templo. Pero en cuanto supo de ellas bajó a atenderlas en el interior de la nave. ¿Cuál fue la indicación que les dio?
Él les reveló que aquello era un castigo inminente del más allá y que Carmela sólo podría conjurarlo de la siguiente manera: debía conseguir con una vecina un niño recién nacido que es el símbolo de la vida, poner en su mano derecha la “vela” (el hueso) y así regresarla al hombre a la  medianoche, que es cuando  reaparecería.
En efecto, a las doce de la noche en punto de aquel día 2 de noviembre tornó la procesión. El postrero de la fila se desprendió y requirió el encargo a la muchacha. Ella se lo devolvió del modo dicho.
La expresión que recibió a cambio del hombre fue:
- ¡Más te vale!

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