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Ilustración: Sixto Aparicio Candelario |
Una vieja tradición oral en la voz de los
ancianos nos asegura que en el pueblo atraviesa un río subterráneo. Para los
que la refieren no es un cuento, mito o leyenda de la imaginaria popular sino
una verdad que no se pone en duda. Los abuelos hablan de ello como en su niñez
lo oyeron de los viejos, así como también éstos lo escucharon de sus
ascendientes y éstos de sus predecesores. Sin embargo nadie sabe cuándo ni cómo
surgió esta certidumbre. Hay distintas versiones en cuanto a la existencia del
río dicho, pero todas coinciden en un punto: en su realidad.
La mayoría se inclina a afirmar que el río
subterráneo procede del sureste del pueblo, exactamente del barrio El
Tamarindo, y avanza al norte por la calle Miguel Alemán y Porfirio Díaz, que al
fin y al cabo es la misma arteria. Otros, en cambio, dicen que procediendo del
mismo sitio el torrente oculto franquea la ciudad por la avenida Melchor
Ocampo, persiguiendo el norte. Para algunos más, la corriente subterránea cruza
entre la iglesia y el jardín municipal rumbo al noroeste. Empero, para no pocos
el río furtivo proviniendo del barrio El Tamarindo va al barrio San Diego,
donde antes de proseguir al noroeste camina a través de Temoyo, el legendario
manantial, hoy contaminado, abandonado, destruida su topografía original y en
gran parte vendido a particulares.
La creencia en el río subterráneo está
relacionada con la abundancia de agua de la que gozó Acayucan hasta cierta
época, dentro y en torno a la población, especialmente en algunos espacios.
Muestra de ello son sus antiguos manantiales, norias, pocitos colectivos,
arroyos, pozas, aguajes y áreas pantanosas. Así, en las direcciones de las
cuales se asevera que viene y a la que se dirige el torrente subterráneo hay o
hubo mantos acuíferos: es el caso del fondo del barrio El Tamarindo donde
persiste una zona abundante de aguas internas y antiguos nacimientos; lo mismo
sucede en el área de Temoyo, y en toda esa parte suroeste y oeste de la ciudad.
Hoy, todavía, en este último rumbo, adelante del puente de Atiopan, subsisten a
pesar de todo varios sorprendentes y primitivos veneros. Al norte de la avenida
Melchor Ocampo, en la bajada, principalmente a su izquierda, en torno a un
añoso arroyo, era una gran franja pantanosa desde la hoy calle Zamora hasta más
allá de la Vázquez Gómez donde abundaban los zaratanes y enormes árboles como
el cedro y el amate.
Hay una leyenda, que aunque parece
independiente del presente tema no lo es, y entra oportunamente ahora: me gusta
intitularla El nacimiento de un río.
Éste es un relato que hacía don Fernando Sulvarán Constantino:
«Allá por 1774 nació un río en Acayucan.
El inusitado acontecimiento tuvo lugar en la calle del Tamarindo (actualmente
Miguel Alemán) y Negrete, frente a donde hoy viven los Garduza.
Fue nombrado Río Tamarindo.
Era un río grande, pasaban hasta embarcacioncitas.
Pero en
1880 se fue cegando, se fue cegando…; esto porque allí, hacia la parte oriente,
estaba en alto, y la tierra que bajaba lo fue cubriendo. El río finalmente
quedó enterrado.
Yo, ya no
miré el río (sigue diciendo don Fernando); sin embargo alcancé a ver la zanja
por donde otrora pasaba. Antes de la pavimentación, en parte, aún se veían esos
canalones que fueron dejados por la corriente del Río Tamarindo, que iba al
norte por toda la presente calle Miguel Alemán y Porfirio Díaz».
Pero regresando al río subterráneo, muchos
niños de entonces, que ahora son gente mayor, solían oír el rumor nocturno del
río escondido aguzando las orejas curiosas en la boca de los pozos de la calle
Negrete, en el barrio El Tamarindo.
He oído a una gran cantidad de relatores hablar
sobre este torrente subterráneo, subrepticio, misterioso; muchos de ellos
nacidos en la penúltima década del siglo XIX y las primeras décadas del XX,
como los señores Pedro R. Ramón Ortiz, Inés Silverio Culebro, Eligio Fonseca
Vázquez, Chano Soto Reyes, Serafín Hernández Antonio, Chonita Aguirre González,
Evaristo Morales Ramírez, Foncho (Alfonso) Domínguez Villegas, Tomás López
Macario, Romeo Béjar Hernández, Juan Flores Damián, el profesor jubilado Julio
Vázquez Reyes y a mucha, mucha gente más, algunas de manera ocasional y
anónima. En una oportunidad, por ejemplo, don Foncho me contó:
«Antes,
cuando no había tanto ruido en el pueblo como lo hay ahora, en los días de
tormenta llegaba hasta aquí el zumbido de las corrientes crecidas del arroyo
Michapan, que está a más de trece kilómetros al noroeste.
También
se oía el rumor o zumbido del río subterráneo en cualquier época del año,
especialmente en las noches tranquilas, que pasa en el barrio Tamarindo, por
debajo de la calle Miguel Alemán.
Y
escuchábamos, además, el ruido como de corrientes cuando las nubes se alzaban
cargadas sobre el pueblo. Al rato se nublaba y caía el aguacero.
Entonces,
yo tenía mi milpa; ahí miré una vez el lugar donde el arco iris descendía,
encima de las aguas de un charco».
Cabe registrar que para algunos el torrente
interno va al mar, y para otros viene del mar; pero lo cierto es que los
nativos que conocen la tradición tienen el convencimiento de que este río
subyace desde el principio de los tiempos en las entrañas de la Tierra (bajo
Acayucan) y que ésta algún día parirá a ese río-hijo: en esa fecha excepcional,
el río abandonará su timidez, y la población podría quedar inundada.
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UNA HISTORIA MUY INTERESANTE MAESTRO....... GRACIAS X COMPARTIRLA. SALUDOS CHIO.
ResponderEliminarGracias por compartir esta historia...tambien la ilustracion se aprecia...Ahora si, sabemos que somos un pueblo con historia.
ResponderEliminarMi tio joel soto heemano de chano soto me platicaba muchas historias de acayucan. Recuerdo que decia mucho q era un pueblo de mucha agua. Y si ahi en el barrio S.Diego pasaba un torrente de agua limpia pero con el crecimiento de la ciudad se fue convirtiendo en aguas negraa. Y si yo recuerdo de niño habia mucha jimba o carrizo y decia mi tio q se desarrollaban mucho ahi en los terrenos de los barraganes habia demasiado.Tamvien habian narrativas de la Revolucion eso contaba mi tio joel Soto.
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