Bienvenido

Bienvenido amigo lector, o amiga lectora: te hallas ante una puerta mágica que comunica entre el mundo ordinario y el mundo extraordinario, que de alguna manera coexisten desde el principio hasta nuestros días, en la región de Acayucan, La Llave del Sureste, pueblo ubicado en el sur del estado de Veracruz, México.

Al trasponer esta puerta serás testigo de acontecimientos realmente prodigiosos que aquí son parte de la cotidianidad. Así te enterarás sobre la fe que profesan los acayuqueños en la existencia de un río subterráneo que atraviesa la ciudad; sobre el brujo nagual que, creyéndose todopoderoso, retó a pelear a un hombre desconocido, común y corriente, resultando un desenlace fenomenal; o te encontrarás inmiscuido en una extraña aventura donde participan esencialmente los grandes salvajes. Y con el transcurso del tiempo, poco a poco, conforme avances en la exploración de la vasta y maravillosa geografía de Acayucan, descubrirás, oirás, verás y vivirás mucho más de sus historias, cuentos, mitos, leyendas y otras anécdotas en verdad asombrosas.

Reginaldo Canseco Pérez

martes, 24 de abril de 2012

El loco, el cuerdo y la publicidad electoral


Reghistorias

Reginaldo Canseco Pérez


U
n hombre anónimo camina al anochecer por la ciudad, con dirección al centro (no hay por qué decir aquí COLONIA centro); es un ciudadano común y corriente; entonces no es extraño verle recorrer las calles de esta manera ordinaria y sencilla. Lo insólito sería mirar a un hombre o a una mujer con las características diametralmente antagónicas a las suyas hacer lo mismo.
Avanza sin prisa por las calles, disfrutando cada paso, como si las hollara por vez primera; va sorprendiéndose de las perspectivas que se abren ante él y que le parecen nuevas, descubre detalles que le eran ignotos, se maravilla de los modernos edificios y las antiguas casas que aún permanecen en pie, casi milagrosamente; siente un inefable y especial gozo al transitar bajo sus seculares portales, a tal punto que termina extraviándose a causa de este encantamiento; pero, de pronto, tropieza con otros aspectos que, como cual amuleto, deshacen el hechizo y lo desencantan y lo regresan a la realidad como por ensalmo, sin haber tenido que recurrir a la fórmula mágica de voltearse la camisa al revés o colocarse el sombrero en posición contraria (que no podría realizar porque no lleva), u otro rito acostumbrado para contrarrestar algún sortilegio, como los que llevan a cabo las personas que se pierden en el campo por travesura de las chanecas o los chaneques (espíritus del monte) y sólo así logran desencantarse y encontrar el camino de vuelta a nuestra realidad. Esos otros aspectos que, al percatarse de ellos, lo han redimido del éxtasis, son los montones de basura que adornan las esquinas y, sobre todo, la acumulación exagerada de la propaganda electoral que afea la localidad y el país todo. Adondequiera que volteas a ver se te contamina la vista por ello en contra de tu voluntad. Toda forma y clase de publicidad de los candidatos son aglomeradas en los postes, las bardas y las barandillas de los balcones, en las propias pilas de basura y en los espacios más inverosímiles y disímiles, sin faltar en la televisión, la radio y los desmesurados aparatos de sonido que a todo volumen aturden y contaminan tanto el oído como el cerebro de la ciudadanía, inmersa en la otredad e indefensión ante la clase política. ¡Estamos en época de campaña electoral!
El hombre ha llegado al fin a la zona céntrica. Se deleita al cruzar el agradable ambiente del parquecito Solidaridad, en la parte trasera del palacio municipal. En este momento lo acaricia un soplo del norte que refresca la temprana noche. Se detiene un segundo en la acera de la calle Guadalupe Victoria. Tiene la intención de subir al parque principal, situado frente del palacio, al este de donde está ahora; mas, en el ínterin, ve algo que llama poderosamente su atención: en la acera de enfrente un loco se ha detenido al tropezar con un cartelón de aproximadamente ochenta centímetros de ancho por un metro y veinticinco centímetros de largo, enmarcado con madera y provisto de dos patitas del mismo material, derribado y pisoteado por los viandantes, al borde de la banqueta. Es una publicidad de campaña electoral, fuera de su lugar y tirada, convertida ahora en basura. El alienado queda estático, con los ojos pegados literalmente en la pancarta tendida junto a la punta de sus pies desnudos, con aire de comprensión; y súbitamente un brillo pícaro anima sus pupilas y su rostro, indudablemente como producto de una ingeniosa ocurrencia; gira de inmediato a contemplar ávido a los transeúntes que pasan a su lado comprobando que son indiferentes al mensaje del candidato de aquel partido político a un puesto público que alberga el deseo patriótico y vehemente de entregarse en cuerpo y alma al servicio desinteresado de su pueblo; se vuelve raudo al cartel, lo alza y lo recarga con corrección en la pared frontal de una farmacia: ahora el despojo, gracias a él, ha vuelto a ser parte activa de la propaganda electoral de un candidato. No ha podido quedar en mejor ubicación, en medio del conjunto de profusas luces de los negocios: una zapatería, la farmacia y una oficina. Los posibles futuros electores al pasar por enfrente lo podrán ver y leer de cerca o de lejos. El orate retrocede a prudente distancia y espía. Es un hombre de mediana edad, flaco, alto, sucio, cubierto de harapos, el cabello enmarañado y cochambroso que deambula todos los días por la zona centro. Los ciudadanos franquean el lugar ignorando el mensaje del candidato y al chiflado. Van y vienen. Vienen y van. Sin detenerse a leer el susodicho comunicado. El ido observa atento y divertido a la gente cuerda que pasa por ahí. Repentinamente, como poseído, empieza a saltar de un lado a otro y a gritar y a carcajearse: ¡NO LE ENTIENDEN! ¡NO LE ENTIENDEN! ¡JA, JA, JA...! ¡NO LE ENTIENDEN! ¡JA, JA, JA!, en tanto señala con índice de burla (no de fuego) a los peatones. Algunos del público se vuelven a mirarlo, quizá sorprendidos, quizá compadecidos o quizá curiosos. La mayoría hace caso omiso. El enajenado, sin dejar de reírse desaforadamente como loco, se echa a las espaldas el cartelón de la publicidad electoral y se encamina por media calle Victoria rumbo al parque central. Los automovilistas le tocan las bocinas para que se haga a un lado o para mentársela. Pero a él le importa un comino y se extravía en la noche, en busca seguramente de un espacio más ad hoc para repetir su test.
El hombre que lo ha atisbado queda atolondrado por el cúmulo de ideas que aquello le ha provocado y que le agita el espíritu y el entendimiento: «¿Acaso es necesario estar trastornado de remate para poder descifrar el lenguaje y el mensaje de los políticos, tan lleno de poses, engreimiento, demagogia, falto de sinceridad y contradicción entre su palabra y los hechos? ¿O tal vez el desequilibrado es el cuerdo y nosotros los locos?».
Todavía confuso, el hombre se retira de su fortuito mirador con cierto recelo, teniendo la leve sospecha de que así como él ha acechado aquella escena alguien igualmente lo observa a él.

reginaldocanseco@hotmail.com

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