Bienvenido

Bienvenido amigo lector, o amiga lectora: te hallas ante una puerta mágica que comunica entre el mundo ordinario y el mundo extraordinario, que de alguna manera coexisten desde el principio hasta nuestros días, en la región de Acayucan, La Llave del Sureste, pueblo ubicado en el sur del estado de Veracruz, México.

Al trasponer esta puerta serás testigo de acontecimientos realmente prodigiosos que aquí son parte de la cotidianidad. Así te enterarás sobre la fe que profesan los acayuqueños en la existencia de un río subterráneo que atraviesa la ciudad; sobre el brujo nagual que, creyéndose todopoderoso, retó a pelear a un hombre desconocido, común y corriente, resultando un desenlace fenomenal; o te encontrarás inmiscuido en una extraña aventura donde participan esencialmente los grandes salvajes. Y con el transcurso del tiempo, poco a poco, conforme avances en la exploración de la vasta y maravillosa geografía de Acayucan, descubrirás, oirás, verás y vivirás mucho más de sus historias, cuentos, mitos, leyendas y otras anécdotas en verdad asombrosas.

Reginaldo Canseco Pérez

jueves, 16 de agosto de 2012

Algunas leyendas sobre el sitio arqueológico Las Arboledas


Reginaldo Canseco Pérez




E
n plena mancha urbana de Acayucan, en el fondo y a la derecha del fraccionamiento que originalmente fue bautizado con el nombre de Las Arboledas se ubica un vestigio arqueológico que es conocido con el mismo sustantivo. La entrada tanto al primero como al segundo se encuentra a la izquierda de la avenida Melchor Ocampo norte, frente a la parroquia Virgen de Guadalupe. Antes de 1993, año en que se inició ese fraccionamiento, el espacio en su totalidad era una vieja finca antaño propiedad de don Toribio Moreno Mendoza, últimamente de sus descendientes y cuidada por don Juan Reyes, casi rodeada de otras. Todavía en la actualidad, en el 2012, la superficie continúa delimitada en la misma forma: al occidente la acotan las fincas del extinto don Agapito Ventura y de los Valentines; al norte, un extenso potrero y más allá la unidad habitacional Rincón del Bosque; al oriente, un área baldía, la avenida Ocampo que por allí finaliza y la colonia Morelos; y al sur, la parte que se dirige al centro de la población. Hoy, el sitio se ve abandonado. En los primeros años de haberse expropiado y delimitado, al fundarse el fraccionamiento, la misma gente del rumbo lo despojó de su alambrado. Gracias al importamadrismo del Honorable Ayuntamiento, que tiene la obligación de vigilar y proteger sus áreas arqueológicas, monumentos arquitectónicos, escultóricos y lugares históricos, ese sitio al parecer se halla invadido “ilegal o legalmente” en algunas partes. Para verificar lo anterior, es imprescindible y urgente que el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) intervenga y basándose en el plano original vuelva a demarcar el sitio, pero recuperando sus espacios invadidos. En una época yo acostumbraba acudir esporádicamente al asentamiento primitivo y recorrerlo para enterarme mejor de su estructura (montículos de tierra que forman una plaza principal y otras muy pequeñas), pero, sobre todo, con la esperanza de oír lo que los vecinos referían de él, que por lo general no era gran cosa. Un atardecer de 1995 en que regresaba de una de esas excursiones, ya para salir de Las Arboledas, me topé con un jovencito al que hice plática y que dijo llamarse Víctor Manuel, vecino del vestigio, quien, para sorpresa mía, se soltó sin más a relatarme algunas consejas que había venido oyendo concerniente a esa zona:
—Por aquí se cuenta -empezó- que desde viejos tiempos bajo la sombra de un frondoso árbol de mango criollo que está junto a uno de los “cerritos” espantan, pues en sus ramas colgaron a muchos hombres en la revolución. Un señor al que una vez asustaron en ese lugar platicó: “Repentinamente empezó un fuerte viento, era tan fuerte que sacudía las ramas del árbol y hasta sus mangos caían; pero esto sólo acontecía en ese redondel. Entonces salí corriendo aterrorizado”.
“Las leñadoras y leñadores que acudían por ese rumbo, cuando todavía era finca, en diferentes ocasiones encontraron a varios niños y niñas, vestidos normalmente, que se columpiaban en los bejucos y en las ramas de un grueso y alto árbol del vestigio, como si fueran monos. Eran chanequitos y chanequitas. ¡Porque no podían ser niños!
“En los “cerritos”, antes de que construyeran la unidad habitacional junto a ellos, por las noches se veían las bolas de lumbre. Un cazador de conejos, una noche, fue correteado por una de ellas. Otros miraban y siguen viendo que en ese terreno de pronto se alza desde el suelo una extraña luz.
“También se ven apariciones sobrenaturales. Es verdad -me dijo el jovencito, quizá al notar la incredulidad en mi rostro-; mi papá [omitió el nombre] un atardecer salió al baño que está al fondo del patio, y frente a la puerta de éste vio que pasó caminando mi hermanito menor, y lo reprendió: “—¡Qué andas haciendo acá”, pero el niño no le contestó y continuó de largo rumbo al monte. Entonces mi papá comprendió que no era él. ¡Mi hermanito, en ese momento, se encontraba jugando con nosotros adentro de nuestra casa! La aparición no había sido otra cosa que un duende o un chaneque.
“Una noche, en la calle Ocampo, junto a la entrada de la unidad habitacional, un vecino miró a un hombre sin cabeza. El vecino ingresó espeluznado en su casa y en aquel instante un árbol de su patio empezó a sacudirse. ¡El espectro seguramente era el diablo!
“En otra ocasión, mi papá, antes de que yo naciera, se hallaba emborrachándose en una casa al final de la calle Melchor Ocampo, donde en esos años vivía. Al anochecer, se presentó ante él un extraño hombre, que tenía las orejas largas y puntiagudas, y le pidió que le invitara unos tragos y empezaron a ingerir juntos caguamas. En un momento dado el extraño le manifestó que iría a orinar y salió, pero éste se perdió internándose en la oscuridad, a pesar de que mi papá lo espiara. Ya no regresó. ¿Quién era?”...
Todo esto me fue relatado por aquel jovencito, que parecía tener una edad aproximada a los 13 años, delgado y de apariencia ordinaria, luego de lo cual se escurrió por la calle Ocampo, con dirección al norte, y se confundió en la incipiente noche.



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