Bienvenido

Bienvenido amigo lector, o amiga lectora: te hallas ante una puerta mágica que comunica entre el mundo ordinario y el mundo extraordinario, que de alguna manera coexisten desde el principio hasta nuestros días, en la región de Acayucan, La Llave del Sureste, pueblo ubicado en el sur del estado de Veracruz, México.

Al trasponer esta puerta serás testigo de acontecimientos realmente prodigiosos que aquí son parte de la cotidianidad. Así te enterarás sobre la fe que profesan los acayuqueños en la existencia de un río subterráneo que atraviesa la ciudad; sobre el brujo nagual que, creyéndose todopoderoso, retó a pelear a un hombre desconocido, común y corriente, resultando un desenlace fenomenal; o te encontrarás inmiscuido en una extraña aventura donde participan esencialmente los grandes salvajes. Y con el transcurso del tiempo, poco a poco, conforme avances en la exploración de la vasta y maravillosa geografía de Acayucan, descubrirás, oirás, verás y vivirás mucho más de sus historias, cuentos, mitos, leyendas y otras anécdotas en verdad asombrosas.

Reginaldo Canseco Pérez

miércoles, 12 de septiembre de 2012

El brujo que se transformaba en tigre



Reginaldo Canseco Pérez


M
e llamo Celestino Guillén Cruz. Nací a las 6 de la mañana, el 6 de abril, del año 6 [1906]. Soy el hombre de los tres 6 y pronto cumpliré la centuria, Dios mediante. Cuando yo era joven este barrio [El Zapotal, de Acayucan], en donde yo ya tenía mi domicilio, se hallaba muy poco poblado y la mayoría de las casas eran de paredes de barro y techo de palma o zacate, y las cocinitas, de cerca de palos y techumbre de hojas de verijao, que ahora llaman hojas blancas, a las cuales el mismo humo de los fogones hacía durables. Solamente había una que otra casa de ladrillo y teja. Allá, en la parte norte de esta calle Independencia, parte que entonces aún no abrían, en la mera loma, entre el monte, vivía un hombre que era nagual: se trasformaba en tigre. El brujo se llamaba Victoriano y tenía dentro de su jacal que era de techo de palma y paredes de palos tres piedras planas dibujando un triángulo. Cuando quería convertirse en tigre, allí brincaba de piedra en piedra siete veces y luego se flagelaba las espaldas con un bejuco que nombran “tripa de pollo”. ¡Era ya un tigre! ¡Un tigre grande!
Ilustración: Obra gráfica basada en mitos y leyendas 
mixtecos-zapotecos. Emanuel Cárdenas Ramírez. Internet
Pero hacía esto cuando miraba pasar a una mujer que era su querida rumbo al pocito El Amate, que se ubicaba adelante del manantial El Chorro, al oriente de este mismo barrio, cargando su batea de madera, redonda, con su ropa para lavar. Poco después, detrás de ella, aquel tigre llegaba al pocito, y las otras mujeres que estaban allí se espantaban y se desparramaban huyendo del lugar. Pero la querida del nagual se quedaba.
Victoriano, el nagual, en una temporada nos acompañaba a Epifanio de Jesús, mi compadre, y a mí a hacer milpa juntos los tres en donde ahora es la colonia urbana La Chichigua. Antes de que llegáramos allá, aparecía volando un tecolote y se paraba sobre el sombrero del brujo y un enjambre de chupamirtos que venía persiguiéndolo lo alcanzaba y revoloteaba alrededor del ave de mal agüero queriendo pelear con él. El tecolote nada más pelaba tamaños ojos, impávido, oteando a uno y a otro lado.
El brujo miraba que nosotros temblábamos de miedo y se reía a carcajadas: —¡Ja, ja, ja… ja, ja, ja, já! Luego nos decía:
—¡¿Qué, no tienen huevos, cabrones?! A ver, escúlquense bien, completo, para que puedan darse cuenta si los tienen. ¡Si se los tocan es que tienen, cabrones!
Después de un rato, se retiraba el animal y también los colibríes. Esto pasó varias veces, no una, sino varias veces. Posteriormente mi compadre y yo dejamos de ir a la milpa, por el temor que nos causaba el brujo.
Cuando éste murió, en la noche que lo estaban velando, en un momento dado todos fueron a comer y lo dejaron solo; al volver, la caja que lo contenía ya no estaba donde la dejaron ¡y alborotados se echaron a buscarla!: la encontraron bajo la copa de un viejo árbol de mango manila, en medio de lóbrega oscuridad, en el fondo del patio. Al otro día, cuando lo cargaban para llevarlo a enterrar, en el camino empezaron a oír un ruido raro que salía escurriéndose de adentro de la caja, como si la rascaran:
“RAZ, RAZ, RAZ…
               “RAZ, RAZ, RAZ… RAZ.
¡Aquel muerto no llegó al descanso del panteón! En cuanto hubieron sentado la caja en el descanso, apurados asomaron los ojos por la ventanilla… ¡YA NO ESTABA EL MUERTO! Todos nos santiguamos temerosos y le rezamos repetidamente para alejar el mal, puestos de acuerdo por aquel suceso, y en seguida enterramos la caja vacía. ¡La pura caja vacía!
Ese día y en los días subsiguientes, sus familiares se fatigaron de tanto buscar y buscar al difunto sin encontrarlo y finalmente se olvidaron de él. Uno a uno sus familiares se fueron acabando y hoy ya no vive nadie de ellos, ni uno siquiera, para que nos cuente la tétrica historia.


1 comentario:

  1. Muy bonito. Lo he escuchado en muchas partes. Y casi siempre similar. Se transsforma en tigre. En burro, cuando ve pasar a una de sus amantes.

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