Bienvenido

Bienvenido amigo lector, o amiga lectora: te hallas ante una puerta mágica que comunica entre el mundo ordinario y el mundo extraordinario, que de alguna manera coexisten desde el principio hasta nuestros días, en la región de Acayucan, La Llave del Sureste, pueblo ubicado en el sur del estado de Veracruz, México.

Al trasponer esta puerta serás testigo de acontecimientos realmente prodigiosos que aquí son parte de la cotidianidad. Así te enterarás sobre la fe que profesan los acayuqueños en la existencia de un río subterráneo que atraviesa la ciudad; sobre el brujo nagual que, creyéndose todopoderoso, retó a pelear a un hombre desconocido, común y corriente, resultando un desenlace fenomenal; o te encontrarás inmiscuido en una extraña aventura donde participan esencialmente los grandes salvajes. Y con el transcurso del tiempo, poco a poco, conforme avances en la exploración de la vasta y maravillosa geografía de Acayucan, descubrirás, oirás, verás y vivirás mucho más de sus historias, cuentos, mitos, leyendas y otras anécdotas en verdad asombrosas.

Reginaldo Canseco Pérez

domingo, 12 de octubre de 2014

El caso de Lucrecio


Reginaldo Canseco Pérez



N

o, en serio, le juro por lo que más quiero que yo no estoy loco; usted sí que lo parece y de remate. ¡Válgame Dios! Desde que me puse a platicarle está a las puras risas y a las medias carcajadas. Aunque ha tratado de disimular yo me he dado cuenta.
Pero no tiene porqué. No son mentiras lo que he dicho. A poco cree que nomás en parrandas se acaba uno el dinero.
Yo no invento.

Recuerdo como si fuera ayer cuando conocí a Luriano. Déjeme ver dónde… ya mero me acuerdo… ¡Ah, sí, sí; ya doy! Fue en esta cantina de usted, aquí mero donde estoy ahorita, así recargado en el mostrador. Aquí comenzamos y luego seguimos la parranda, una larga parranda. La terminamos en la preventiva. Allí estábamos cuando recobramos la lucidez, todo temblorosos y crudotes. Nos dijeron que paramos ahí por borrachos. Hasta entonces vine a saber que está prohibido andar por las calles bien pedo. ¿Por qué hay, entonces, tugurios en cada esquina?, me interrogo. Luego de esa parranda nos hicimos grandes cuates. Después siguieron más juergas y nos hicimos más cuates, y un buen o mal día, ya no sé, venimos a resultar hasta compadres del alma, cuando me llevó a bautizar a mi escuincle.
Y más tarde sucedió como ya le conté, aunque no me crea y le dé pura risa.
Le repetiré la historia, a ver si ahora me la toma en serio; nomás espéreme tantito, déjeme echar una meada. Orinita vengo.

Ora sí. Pues como le estaba diciendo, juntos jalamos parejo de aquí para allá y de allá para acá, chúpele que chúpele, que
una no es ninguna…, dos es la mitad de una y tres apenas es una y como una no es ninguna, volvemos a empezar... y:
                El que al mundo vino
                Y no tragó vino
                ¿a qué chingaos vino?

Y en una de esas que me dice: “Fíjate compadrito del alma, que me urge un aval para un préstamo que solicité en el Banco; y yo pos enseguida pensé en ti. ‘No, pos mi compa, mi hermano del alma, no me puede fallar’, me dije.” Y yo que le contesto, todo atarantado por tanto aguardiente tragado: “Hizo rete bien compadre, en pensar de tan ese modo. Quién otro más que yo compadre en este caso. ¿Pa qué están los compadres, pues? Yo le firmo donde sea y para lo que sea, nomás dígame dónde y cuándo”.

Y que al otro día, apenas amaneció, nos echamos la penúltima, como quien dice la caminera y nos fuimos a sentar a las puertas del Banco, y en cuanto abrieron el changarro que entro a firmar como su aval por un préstamo de doscientos treinta mil pesos. Ni más ni menos cuando el dinero valía un resto.
¡Ah qué bruto fui! ¡Desde entonces ya no lo volví a ver, ni en los tugurios ni en las calles ni en donde alquilaba! ¡Se hizo ojo de hormiga el muy méndigo…!

¡Déjeme bajarme con un trago el coraje que siento todavía…! Para no hacérsela larga, porque ya puso cara de aburrido, la cosa fue que yo tuve que pagar al Banco, pues ya me había demandado. Pero para eso vendí mi casa y terreno donde tenía instalado mi taller de hojalatería, rematé mis herramientas, además completé con mis ahorros y de la noche a la mañana me quedé sin nada. Sin nada: sin casa, sin terreno, sin mi taller, sin mis ahorros…
Pero total, sin nada, encuerado, nací; sin nada me dejaron mis padres; sin nada dejaré a mis hijos…
Lo único que me heredaron mis padres fue mi nombre. ¡Mi horrible nombre: Lucrecio! Habiendo tantos me vinieron a llamar “Lucrecio”. Habiendo muchos nombres tan bonitos. Allí está el de Pantaleón, el de Petronilo, el de Anacleto, el de Tranquilino, el de Tosferino… o el de Pancracio, o Torcuato, o Simplicio… o si no, el de Rogaciano, o ya de perdis el de Lamberto
¡Pero yo no voy a ser el único ni el más tonto. También a mi hijo le puse “Lucrecio”!
Pero sírvame otra, que ésta ya se calentó por tanto argüende… Que al fin y al cabo

Una no es ninguna, y… 
                        el que al m...

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