Bienvenido

Bienvenido amigo lector, o amiga lectora: te hallas ante una puerta mágica que comunica entre el mundo ordinario y el mundo extraordinario, que de alguna manera coexisten desde el principio hasta nuestros días, en la región de Acayucan, La Llave del Sureste, pueblo ubicado en el sur del estado de Veracruz, México.

Al trasponer esta puerta serás testigo de acontecimientos realmente prodigiosos que aquí son parte de la cotidianidad. Así te enterarás sobre la fe que profesan los acayuqueños en la existencia de un río subterráneo que atraviesa la ciudad; sobre el brujo nagual que, creyéndose todopoderoso, retó a pelear a un hombre desconocido, común y corriente, resultando un desenlace fenomenal; o te encontrarás inmiscuido en una extraña aventura donde participan esencialmente los grandes salvajes. Y con el transcurso del tiempo, poco a poco, conforme avances en la exploración de la vasta y maravillosa geografía de Acayucan, descubrirás, oirás, verás y vivirás mucho más de sus historias, cuentos, mitos, leyendas y otras anécdotas en verdad asombrosas.

Reginaldo Canseco Pérez

viernes, 6 de febrero de 2015

De cómo don Timoteo se salvó del Gran Salvaje


«…pude salvarme milagrosamente de caer en las garras del Gran Salvaje, de las que nadie ha vivido para contarlo como ahora yo se los estoy contando a ustedes».


Reghistorias 
Reginaldo Canseco Pérez




En una época yo era el encargado de llevar y repartir el correo de Acayucan hasta San Andrés Tuxtla, y al volver a Acayucan venía haciendo lo mismo, pero con el correo de allá. Una vez, en el camino, dirigiéndome a San Andrés, me ocurrió una extraña aventura. Si me lo permiten, aquí se los voy a contar. Generalmente, yo siempre llevaba buen tiempo, pero en esa ocasión me había retrasado y el atardecer me agarró entre Los Mangos y Catemaco, en lo que se dice la mera soledad de la montaña. Me acuerdo de ello como si ahorita lo estuviera viviendo. Al Sol le faltaba un paso para caer en el horizonte crispado de cerros. ¡Yo tenía que aprovechar hasta la última gota de luz que aún le quedaba al día! Así que iba apurando a mi pobre cabalgadura intentando ganarle la carrera al tiempo, aunque sabía de antemano que todo me resultaría en balde y la noche caería pronto sobre mí como una negra cobija, que me envolvería hasta taparme la cara y los ojos.
El color del paisaje ya no estaba alegre como lo había estado hacía rato. Volví a azotar a mi caballo, que apuró el trote. Pero poco después se detuvo con las orejas paradas, resoplando nervioso, para luego encabritarse. ¿Qué pasaba…?
En aquel momento fue cuando oí el grito… Era un grito laaargo, lejano, indescifrable, y que no pude precisar si provenía de ser humano o bestia. Uno tras otro le siguieron más gritos como acercándose detrás de mí, abriéndose paso entre el monte. En cuanto los escuché cercanos desmonté de un brinco, atemorizado, y solté el potro con todo y carga que huyó camino adelante arrastrando la correa. A la derecha del sendero, se hallaba un arroyo; corriendo llegué ante él y lo crucé y, en la orilla contraria, me hundí en la corriente hasta el cuello y oculté la cabeza detrás de las ramas de un monte, embargado de incertidumbre. ¿Qué era aquello?
Entonces vi, con un gran asombro, cómo llegó hasta la orilla del riachuelo un extraño ser entre simio y humano. ¡Era gigante, peludo y negro de arriba abajo; pero no tenía cola y caminaba erguido como hombre y en cuanto sus formas eran semejantes a las de éste!; sin embargo, andaba completamente desnudo. 
La extraña criatura comenzó a olfatear hacia arriba, moviendo las anchas aletas nasales (su cara era como de gorila). Así supo que allá dentro del arroyuelo estaba yo escondido, el humano al que venía persiguiendo. El olor que emanaba de mi cuerpo seguramente era fuerte e inconfundible para él. Intentó meter un pie en el agua, para llegar hasta donde yo me encontraba y poder atraparme, pero al sentir el frío líquido lo retiró drásticamente, con un fuerte gruñido de repulsión y pánico.
En tanto, yo lo seguía observando con ojos y boca bien abiertos. Cuando me vine a dar cuenta, temblaba yo de temor. Era un temor que nunca antes había padecido, ni siquiera cuando anduve de rebelde bajo las órdenes de mi general Miguel Alemán González… Pero pude reaccionar y me dije en mis adentros: ¡Ah qué chingao, contigo…!; ¿no qué muy macho Timoteo Herrera Aguirre?... ¡Y me armé de valor!

En ese momento acudieron a mi memoria historias viejas que había yo oído a lo largo de mi vida; por ellas pude identificar a ese raro espécimen: no era otra cosa que ¡un Gran Salvaje!... Quienes me habían asegurado haberlo visto, en sus relatos lo habían descrito como una especie entre gorila y humano, pero que tenía los pies al revés, ¡como ahora estaba mirando yo que los tenía aquél que me acechaba! Éste caminaba por la margen de la corriente, de un lado a otro, desesperado, buscando el modo de alcanzarme. Ocupado como estaba yo en vigilar al Gran Salvaje, no supe de dónde apareció un extraño hombre vestido todo de blanco, como un ángel, pero sin alas, que blandía una espada flamígera con la que aporreó a planazos al Gran Salvaje, que escapó amedrentado por donde había llegado.
Absorto en no perder de vista al Gran Salvaje, no vi qué fue del albo individuo que para entonces había desaparecido. ¿Quién era aquel extraño personaje?... ¡Era el dios del agua!, ¿quién otro? Gracias a su providencial ayuda, pude salvarme milagrosamente de caer en las garras del Gran Salvaje, de las que nadie, ¡nadie!, ha vivido para contarlo como ahora yo se los estoy contando a ustedes.

Emergí de mi refugio, escurriendo ríos de agua y con la ropa pegada, erguido cuan alto era yo. A pesar de mi edad, aún me conservaba corpulento y fuerte. Todavía con la impresión a cuestas, me eché a andar camino adelante, acomodándome el sombrero de palma, en busca de mi caballo. Para entonces ya había entrado la noche y moreno como era yo me fundía en la oscuridad. Al menos, la luna alta y las estrellas que se asomaban compadecidas alumbraban mis pasos. Entonces tenía yo setenta y cinco años de edad. Muchos años atrás, fatigado de las correrías junto a mi general Alemán, cambié la breña y las armas por las cuatro alforjas de cuero gordas de cartas y la cabalgadura del servicio postal: comencé así a transportar y repartir la correspondencia desde Acayucan —mi pueblo natal— hasta San Andrés Tuxtla, pasando entre otros lugares por Hueyapan de Ocampo, donde reposaba algunas horas y volvía a hacer lo mismo en Los Mangos. En esa ranchería el comisariado ejidal me mudaba el caballo por uno fresco y bien alimentado. En Catemaco llegaba después de anochecer y ahí dormía; al otro día arribaba a la ciudad de San Andrés Tuxtla. Luego de reponerme, regresaba con el correo de allá a Acayucan. Como parte de mis implementos cargaba una capa de hule grande doblada y atravesada junto a la cabeza de la silla de montar, que en tiempo de tormentas me sobraba para cubrirme junto con la bestia, pero principalmente para proteger las cuatro alforjas del correo que colgaban de los costados de ésta.
Originalmente la correspondencia era reunida en Coatzacoalcos, de donde la trasladaban por río a Minatitlán; de ahí la distribuían en caballos a Xáltipan, Cosoleacaque y Acayucan, entre otros muchos pueblos.

Ahora lo que me preocupaba era hallar mi alazán. ¿Será que lo podría encontrar en medio de tanto bosque y cerros como había? Como a cien metros delante del arroyo, en un recodo del camino, vi mi caballo: pastaba tranquilamente junto a un arbusto. La punta de la rienda la tenía enredada en un brazo retorcido del árbol, como si alguien me la hubiera dejado de esta manera para que el potro no se extraviara.

En San Andrés Tuxtla, conté detalladamente a mis amigos cuanto me había ocurrido, por muy raro que pareciera, con la esperanza de encontrar a todo una explicación ordinaria; sin embargo, ellos me dijeron:
—¡El Gran Salvaje existe! Tiene su madriguera en la montaña, precisamente por donde tú lo viste. ¡Ten mucho cuidado! ¡No vuelvas a pasar por ese lugar de noche!
Los hombres de Los Mangos, a partir de entonces, se turnaban para acompañarme por un buen tramo en el trayecto de ahí a Catemaco.



2 comentarios:

  1. A ese mono humano no se le conocerá como el brazo fuerte?

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  2. wow, yo siempre he estado fascinado con este ser, considerando una leyenda integrada por un lado real y otro fantástico, ahora dejando de lado lo fantástico, podría ser que este increíble ser sea un primate que aún no ha sido clasificado, hubiera sido impresionante que taxónomos hubieran tenido contacto con él para estudiarlo y se imaginan si hubiera sido un homínido?, tendríamos un cromagnón vivo o tal vez hasta el mítico eslabón perdido, que maravilla de esa zona

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